Se apagó la sonrisa en la urbe,
habitada por seres fríos,
tan distintos a los hombres,
que no atienden a los árboles,
que no escuchan el monólogo de las aves.
Se me ha dejado con la mano extendida
se me han desviado los ojos,
y han lanzado mi ser al vacío:
decidido a no ver la muerte estoy
que se embosca tras los recodos.
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